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lunes, 3 de diciembre de 2007

...ESE AMOR ESPECIAL...

Tenía una conducta extraña. A veces, caminando por la vereda, se arrodillaba y besaba el suelo. Otras veces, en cualquier lugar, aun en la iglesia, se ponía de pie, daba tres vueltas sobre sí mismo, y se volvía a sentar.
Francisco Varela, de Concepción, Chile, nació con daño cerebral. No podía hablar ni oír. Tenía vista sólo en un ojo. No podía jugar, ni leer, ni usar el teléfono ni los autobuses. Pero tenía algo especial: una intuición increíble.
En una ocasión él y sus hermanos fueron a ver a la abuela enferma. Nadie sabía qué decir. Sólo la miraban, tomándola de vez en cuando de la mano y tratando de balbucear algunas palabras de consuelo. Pero Francisco, con esa intuición maravillosa, vio algo en la abuela que ninguno de los otros pudo ver. Se abrazó fervorosamente a ella, la llenó de besos y bañó de lágrimas su rostro. Luego se levantó y salió, en silencio, del cuarto. Esa misma tarde la anciana murió.
Los enfermos del cerebro, o los que padecen de mongolismo o cualquier otra deficiencia nerviosa o mental, no son seres sin conocimientos y sin sentimientos. Pueden tener el cerebro afectado al extremo de no poder controlar, a voluntad, el movimiento de su cuerpo, y sin embargo tener la mente alerta y el alma y los sentimientos muy vivos.
Este joven, mentalmente retardado, fue un ejemplo. Uno de sus hermanos era banquero; otro, comerciante; otro, abogado, y otro, periodista. Pero ninguno supo decirle nada a la abuela, ni comprender lo que ella estaba sintiendo. Sólo Francisco, aquel joven llamado «demente», lo vio todo con claridad.
Tal vez tengamos un miembro de nuestra familia que haya sido calificado de retardado. Sea padre, madre, hermano o hermana, sólo Dios sabe el tesoro que tenemos en nuestro hogar. Detrás de un cerebro lisiado puede vivir un corazón puro y un alma llena de sabiduría intuitiva. Tratemos con mucho cariño al que “parece” ser anormal. Él, más que los otros, necesita ese amor especial.

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